| OCT 312014 No es el mismo el gobierno federal antes de la tragedia de Iguala que después de ella. Y es que se está viendo obligado a modificar su agenda. Si antes podía manejar con evidente soltura el discurso de las reformas estructurales y vender bien ese futuro "prometedor" ahora está imposibilitado a ello pues el presente es desolador. No sólo la indignación y el reclamo nacional generalizado se lo impiden, en todo esto está jugando un papel de primera importancia la presión internacional, y no sólo de la prensa, sino de los gobiernos y las organizaciones regionales como la Comunidad Económica Europea, que miran con desconfianza un país en donde la barbarie ha hecho cuna. El drama de Iguala ha rebasado el supuesto consenso de las reformas y ha colocado al Pacto por México en algo semejante a un conciliábulo elitista que pretendía representar los intereses de la nación. Iguala, como expresión sintetizada de una crisis nacional en seguridad y en derechos humanos, está sugiriendo e imponiendo, a fuerza de protesta social, otra agenda pública, una agenda centrada en los derechos de los individuos que fueron excluidos de las reformas estructurales. Pero Ayotzinapa, como víctima protagonista de esta tragedia, ya está generando un impacto, que será de proporciones mayúsculas, en el debate sobre el normalismo y el futuro de las escuelas normales de todo el país. Si la Secretaría de Educación Pública había avanzado en un esquema para la reforma de las normales, en el que incluso sesgadamente se contemplaba hacer a un lado el protagonismo formativo de estas, tendrá que dar marcha atrás y modificar los propósitos y los ritmos de transformación. El horno educativo no está para bollos. Y tendrá que ser así. El debate sobre el futuro de las normales lo han llevado ya los estudiantes de Ayotzinapa a la propia casa presidencial de los pinos. En reunión sostenida con el presidente Peña Nieto en ocasión del reclamo por los desaparecidos, este ha tenido que acordar con ellos una mesa especial para revisar las condiciones de existencia de dicha normal, lo cual debe leerse como el futuro de todas las normales, pues eso es lo que está en juego. Es la misma ruta que el gobierno federal tendrá que caminar frente a la expectativa de reforma de la educación superior como consecuencia del paro general de los politécnicos y lo que políticamente representa dicha inconformidad tan profundamente correspondida por los alumnos de esta casa de estudios. Es decir, que la agenda de reformas verdaderamente sentidas no es la misma que los partidos representados en el Congreso de la Unión debatieron e hicieron aprobar. La tragedia de Iguala habrá de ser referencia para el trayecto futuro de las normales, que en lugar de debilitarlas ya está propiciando la revisión, para bien, de las políticas públicas que les respaldan. El sentimiento de culpabilidad del gobierno federal juega también como escenario. Al menos eso ha quedado pintado en los acuerdos del miércoles 29 en los pinos. Sería una imprudencia que el gobierno federal, en las actuales circunstancias, siquiera dejara ver la intención de echar a andar una reforma para terminar con ellas, cerrándolas. |