NOV 212014 Pero el gran problema es que en estos momentos no estamos para bromas, sino para verdaderas preocupaciones que nos causa observar la conducta de un presidente de la República que, luego de su affaire en China y el de la Casa Blanca en México, se atreve a regresar a su país con la espada desenvainada para recriminar la conducta de quienes él piensa que "quieren desestabilizar mi gobierno y oponerse al proyecto de nación que hemos venido impulsando" Es evidente que el señor de la muerte ha perdido los estribos. El México que él percibe es aquel que le han pintado sus apologistas desde la Secretaría de Gobernación, la PGR y el Estado Mayor Presidencial. Hace mucho que Peña Nieto ya no conoce al verdadero México, aquel que sufre por la limitada oferta de empleo, por el empobrecimiento y el encarecimiento de la canasta básica cuya realidad dista mucho de las cuentas alegres que le entrega Rosario Robles con su cruzada nacional contra el hambre, y por los graves niveles de inseguridad cuyo abatimiento sólo existe en la mente perversa del Virrey Castillo. Hoy, Enrique Peña Nieto observa a un México (verdaderamente en desgracia) a ochocientos metros de distancia, que es a la que colocan las infranqueables vallas que el Estado Mayor impone en cada sitio a donde le lleva su agenda real. Pero la brecha que verdaderamente se ha abierto entre el presidente de televisa y el pueblo mexicano se ha venido ensanchando peligrosamente. Él, ya no conoce la realidad de este país. Es por ello que, sin el menor recato, se atreve a lanzar grotescas y amenazadoras advertencias a quienes, en uso de su libertad de expresión y luego de una bárbara experiencia como la de Iguala, se atreven a exponer su crítica por el desprecio que su administración ha dado por respuesta a la demanda que en México, en América, en Europa y ahora en Asia, le exigen respecto a los desaparecidos de Ayotzinapa. Y que no nos vengan con el pretexto de los pequeños grupúsculos de anarquistas que, en todo caso, EPN y su gobierno se han destacado en motivar. Esas son expresiones al margen de inadaptados que en nada manchan las legítimas demandas de una sociedad terriblemente agraviada; organizaciones tan dañinas como el mismo cártel de oprobio y destrucción que representa el inquilino de Los Pinos. EPN y Angélica Rivera rayan en una esquizofrenia perturbadora, peligrosa para el pueblo de México, su gesto y semblante desdibujado en la pretendida aclaración del affaire de la Casa Blanca lo demuestran. Denotaban odio y rencor en contra de quienes "han puesto en duda mi reputación y el esfuerzo de 25 años de trabajo" -según afirmó la gaviota de telerrisa al intentar explicar en un mensaje televisivo el origen del dinero con que adquirió la hoy famosa Casa Blanca-, y para demostrar su increíble versión, hagamos este breve ejercicio, propio de una estrella hollywoodense: Solamente por el concepto de la Casa Blanca ubicada en Sierra Gorda 150, en Lomas de Chapultepec, Angélica acepta haber pagado 54 millones de pesos en enero de 2012; pero, en diciembre de 2010, acepta que recibió en pago de Televisa la casa ubicada en Paseo de las Palmas (atrás de la de Cerro Gordo) por un valor de 88.6 millones de pesos más IVA, lo cual hace un total entre ambas propiedades por el orden de 142.6 millones de pesos. Siendo esto cierto, dado su propia declaración, tenemos entonces que, durante cada año de sus 25 de trabajo en la televisora, tuvo que pagar anualidades de 5 millones 680 mil pesos ó, lo que es lo mismo, mensualidades de 473 mil 333 pesos. ¡¿Habrase visto que en este país de pobreza tengamos una primera dama que paga esas estratosféricas cuanto insolentes cantidades de dinero por la adquisición de una casa?! Mas no lo es todo, los bienes que posee la realeza mexicana se incrementan estratosféricamente con los documentados a nombre de Peña Nieto y que ascienden a más de 20 inmuebles sin contar las herencias que recibió de Mónica Pretelini, su primera esposa, la que falleció "sin que él supiera de qué", (pues sí, dicen que los golpes sólo los siente la que los recibe) y que además de dos casas le dejó un lote de joyas y obras de arte con valores millonarios. ¿Dónde quedó la magistral recomendación de don Benito Juárez que sugirió a los hombres públicos vivir en la honrada medianía? Muy lejos está la visión que sobre el estado de derecho y la retribución suficiente expresara el Benemérito de las Américas quien delineó, ya desde 1858, la ruta de la verdadera austeridad republicana: "Bajo el sistema federativo los funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad. No pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa sino con sujeción a las leyes. No pueden improvisar fortunas ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir en la honrada medianía que proporciona la retribución que la ley les señala". A más de 150 años de aquella advertencia, debemos reconocer el sentido contrario en que han caminado los empleos públicos y sus dotaciones, y aceptar que, entre las causas que atizan la irritación social contra la política y los políticos están los sueldos tan altos de que gozan los funcionarios públicos y los representantes populares. Mucho más porque la enorme cuantía de las percepciones contrastan no sólo con magros resultados del ejercicio de las funciones, sino con la miseria que se extiende en amplias capas de la sociedad. En México la clase política goza de prestaciones y retribuciones económicas privilegiadas en relación con otros sistemas políticos y burocráticos en el mundo, con mejores índices de calidad de vida y desarrollo democrático, por cierto. De esta contradicción emana la ilegitimidad de los gobernantes y la decepción de los gobernados. El abuso que se tiene en este tema no hace más que explicar el rechazo ciudadano a la participación político-electoral, y el descrédito que sufre el sistema de partidos en general. Muchos ciudadanos sienten que con los altos sueldos se premia el fracaso, la indolencia y el incumplimiento del deber. Volviendo al enunciado que da título a nuestra colaboración de este día, me pregunto: ¿quién desestabiliza a quién? ¿con qué calidad moral y ética Peña Nieto se atreve a amenazarnos por ejercer el sagrado y legítimo derecho de increpar sus impudicias y su perversión? Hoy, más que nunca, él y su grupo de intereses retrógrados que representa, son los motivos que justifican una lucha emergente de la sociedad civil que augura el despertar de una nueva sociedad verdaderamente participativa, solidaria y fraterna. La espada que EPN ha desenvainado se le revierte y tiende a la leyenda de la de Damocles. De un pelo de crin de caballo pende sobre su cabeza y le pide ahora abandonar su puesto. Es su única salvación. ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! Es cuanto. |